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IV. Tanga rojo y vestido de flores

  • Doris la escritora
  • 7 abr 2017
  • 5 Min. de lectura

¡Puedo pedir ayuda a los vecinos! Siempre se han portado muy bien conmigo. Más animada por la idea, me dirijo a la puerta de enfrente y llamo a la puerta.


-¿Diga?-se oye una voz desde dentro.


-¿Mary? Soy Doris, tu vecina, ¿puedes abrir un momento?


Quita el cerrojo y sale a mi encuentro.


-¿Qué ocurre? ¿Te vas de viaje? -pregunta señalando mi maleta.


-No, verás Mary… A ver cómo te digo esto. Me han quitado la casa por impago del alquiler, y me preguntaba si me podía quedar unos días contigo. Temporalmente, claro.


-¡Pues claro! Yo por mis amigas lo que sea. Trae la maleta que la voy metiendo.


Algo en mi interior se emociona con su amabilidad. Le alcanzo la maleta y la coge.


-¡Qué alegría, mi amiga Doris! ¡La amiga que montaba fiestas de 11 de la noche a 9 de la mañana, día sí y día también! ¡La que se despertaba borracha y venía a tocar el timbre a todas horas! ¡Esa misma! ¡La que cuando le pedía que bajase un poco la música ponía un altavoz en mi puerta, y la que gritaba, “Oh, si, Carlos, cómemelo todo”, todos los martes! Porque si era lunes probablemente era Roberto, y si era jueves Mikel a la tarde y Guillermo a la noche. Oh, ¿y los sábados era primero Natalia y después Víctor o los tres juntos? ¡Eres la peor vecina del mundo, Doris! ¡He insonorizado toda mi maldita casa por tu maldita culpa, egoísta asquerosa!


Acto seguido tira mi maleta por las escaleras y da un portazo.


-¡Vete y no vuelvas! -grita desde el otro lado furiosa-. ¡Gracias Dios! ¡Por fin! -añade.


Se me abre la boca de la impresión. Ahora que lo pienso sí que pude haber tenido unos rocecillos con ella en el pasado, pero no tenía ni idea de que alcanzasen tal punto. Bueno, siempre puedo probar suerte con el vecino de arriba.


Recojo la maleta, que por suerte no se abrió y empiezo a subir las escaleras cargando con ella, cuando oigo a alguien subiendo. Asomo la cabeza: chico guapo. Mi última experiencia con un chico guapo ha sido nefasta, pero le voy a dar una oportunidad.


¡Mierda! ¿Dónde está mi tanga de emergencia? Abro la cremallera de la maleta y esparzo algunas prendas de ropa por el suelo. Vislumbro el rojo llamativo del tanga en el fondo y lo saco, quedándome con él en la mano. El chico llega a mi piso. Justo a tiempo.


Pone cara de asombro cuando me ve tirada en el suelo con la ropa alrededor de mí y una lágrima asomando por mi ojo.


-¿Qué te ha pasado? -se acerca corriendo y me da la mano para ayudarme a que me levante.

Obviamente, le doy la mano del tanga.


Repara en mi prenda íntima y retira el brazo, poniéndose rojo.


-Oh, perdona -le digo fingiendo vergüenza. Bien, el plan ha funcionado-. Me iba de viaje cuando la loca de mi vecina tiró mi maleta por las escaleras.


-¿En serio? -pone cara de horror y me ayuda a recoger la ropa-. ¿Quieres que vayamos a decirle algo?

-No, déjalo. De todos modos, ya se ha ido.


Lo observo fijamente. Tiene la nariz un poco rara, pero los ojazos marrones que se gasta lo solucionan todo.


-¿Te lo regaló tu novio?


¡El plan ha funcionado a la perfección! Me sorprende continuamente lo ingenuos que son algunos hombres. Probablemente se pensará que es el rey del disimulo. O el rey de la conquista, que es lo peor.


-¿Esto? -agito el tanga en el aire-. Oh, que va. No tengo novio.


Ahora dirá algo refiriéndose a lo guapa que soy y lo extraño que es que esté soltera.


-Qué raro, con lo guapa que eres.


¡Punto para la morena!


-Prefiero no atarme a la gente. Me vas más el aquí te pillo, aquí te mato… En los ascensores, por ejemplo.


Bajo la mirada fingiendo timidez, lo que él aprovecha para observar de reojo el ascensor. Ya es mío.

Termino de guardar toda la ropa en la maleta y la cierro.


-Yo voy a ir bajando que si no pierdo el tren -le digo, y pulso el botón del ascensor mirándole fijamente.


Las puertas se abren, y tras el ruido mecánico nos quedamos ambos en silencio unos segundos. Entro en el ascensor y me apoyo en una esquina.


-¿Bajas?


El chico entra a toda prisa en el ascensor y me agarra de las muñecas mientras me mete la lengua hasta la tráquea. Por fin.


Lo beso y aprovecho para sacarle la camiseta, que cae al suelo. Él hace lo mismo con la mía. Me besa el cuello y me retuerzo de gozo. Sus manos acarician mi espalda y noto como intenta desabrocharme el sujetador. Lo aparto de un golpe.


-Alto ahí -murmuro entre jadeos-. Para un sujetador que tengo de Victoria´s Secret ya me lo quito yo, no vaya a ser que lo rompas.


Se baja la cremallera de sus vaqueros y yo lo imito con mis shorts. Dejo que me apoye en la barandilla mientras me embiste contra la pared del ascensor. El pelo sudado me cae por la cara y lo aparto con un soplido. Lo agarro de la cintura para que no me tire, parece que no haya tenido sexo en años.


En medio del éxtasis, las puertas del ascensor se abren, y aparece Mary con un vestido de flores y el carrito de la compra.


Veo segundo a segundo como la mandíbula se le desencaja al vernos. Mi teta derecha se desvía hacia ella a causa de los saltos que está pegando el chico, quien parece no haberse dado cuenta. El pezón, rígido, parece señalarla amenazadoramente para que se vaya.


Me corro delante de ella, y compruebo que se ha dado cuenta de ello debido a su cara de horror.


-¡Ahhh! -tira el carrito al suelo y sale corriendo escaleras arriba-. ¡Serás guarra! -creo que grita desde la tercera planta.


-¡Que te jodan, pedazo de amargada!


El chico, que también ha terminado, me mira interrogante.


-¿A quién le gritas? ¿Hay alguien? -mira hacia atrás preocupado.


-Nada, déjalo.


Se encoge de hombros sin hacer más preguntas. Satisfecho, se pone la camiseta y cierra la cremallera del pantalón.


-Habrá que limpiar esto -se refiere al estropicio que hay resbalando por mi pierna y en la barandilla. Saco un pañuelo del bolsillo y, tras limpiarme, lo tiro al suelo.


-¿Lo vas a dejar ahí? -pregunta asqueado.


-Un regalo para mi querida vecina.


Cojo mi maleta y salgo triunfante del ascensor, dejándolo atrás, y con la respiración agitada.


-¿Me das tu número? -pregunta suplicante.


-Por supuesto que no.


Todavía noto algo húmedo en la mano y decido convertirlo en un último obsequio para Mary antes de irme. Restriego la mano en el pomo de la puerta hasta que me limpio del todo.


Así, con mi fluido vaginal en la puerta de mi vecina, un chico del cual no sé ni su nombre subiéndose la bragueta y “Sax” de Fleur East sonando en mi iPod, abandono la que ha sido mi casa durante más de dos años, con una sensación de tristeza apaciguada por el orgasmo.


 
 
 

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© 2023, 2022 en Canarias, por Doris Bly, por si aún no te había quedado claro :)

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