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III. Stripper por accidente

  • Doris la escritora
  • 31 mar 2017
  • 3 Min. de lectura

Esta gente no sabe quién es la Doris.


Durante las dos semanas de plazo, me dediqué a repartir octavillas anunciando la fiesta más épica del año. Si hay una sola persona en este país que no se ha enterado de la fiesta, es porque es ciega. Conste que pensé mandarlas también en braile, pero se me salía de presupuesto. Música, alcohol, comida gratis, drogas, strippers y playboys: a ver quién se resiste.


A quince minutos de la llegada de los policías, el piso ya parece Tomorrowland. Todo va según lo planeado. No exagero si calculo unas quinientas personas vagabundeando por el edificio y alrededores. Un DJ que me tiré se trajo su mesa de mezclas y está pinchando reggaetón a tope. Aun a plena luz del día, bajé las persianas, y la gente está gritando y saltando como si no hubiese mañana. Yo me dedico a observar el panorama desde la puerta, con una sonrisa pérfida.


Tres tíos en calzoncillos me tiran medio litro de vodka encima por accidente. Ni me importa, es más, me gusta. Lo lamo de mi brazo mientras miro el culo del más alto.


En el piso de arriba, dos vecinos salen quejándose, pero obviamente entre la música y los gritos nadie les oye. Les hago un calvo sonriéndoles. ¿Puede ir mejor?


Le arranco a una niña de unos 14 años una copa con un líquido de color anaranjado y lo bebo sin pensar.


-¿Por qué no llamas a todas tus amigas y que vengan? -le pregunto, y se pone a teclear en su móvil.


Per. Fec. To.


Abajo se oyen unos golpes. Me asomo por la barandilla de la escalera. ¡La policía!


Ahora llega la parte clave del plan. Los polis uniformados suben apartando a borrachos y llegan a mi puerta.


-¿Doris Bly? -gritan.


Qué ingenuos. Sólo dos. No son muy guapos, pero el rollo poli pone a todo el mundo.


Cojo aliento y haciendo eco con mis manos grito a los cuatro vientos:


-¡LOS STRIPPERS!


De la nada, una legión de quinceañeras se abalanza sobre ellos, que no tienen tiempo a reaccionar. En quince segundos ambos están completamente desnudos en medio del montón de chicas, que los tapa por completo. Recojo sus walkies y móviles y los tiro por la ventana.


Comparto fotos de la fiesta y los policías en bolas en Facebook. Esta red social es un imán de personas: tras dos minutos ya tengo treinta y siete confirmaciones de asistencia. Abro Instagram y hago un directo. Que manipulable es la gente en internet.


La fiesta se prolonga durante horas, hasta que vuelve a llegar una patrulla, esta vez de varias docenas de policías. Joder, muevo masas. El truco del boy no tiene pinta de volver a funcionar, y los borrachos ya están demasiado borrachos como para dar guerra.


Activo el plan de fuga: cojo mi maleta con todo lo necesario y me voy a esconder a los trasteros. Por esta pedazo fiesta la buena multa me cae fijo, mejor que no me pillen.


Esquivo borrachos y policías, policías y borrachos. Un perro. ¿Qué hace un perro?


Mierda, la droga. Tiro las pastillas que llevo en el bolsillo y no pude ni abrir. Automáticamente, el perro corre como un cabrón hacia ellas. Me siento identificado con él cuando estoy de fiesta y me huelo que hay algo.


Entro en la zona de trasteros, más silenciosa. Con una ganzúa abro el primer trastero que veo. Esto me enseñó a hacerlo un ex preso que me tiré. Luego argumenté violación y la condicional se le fue a la mierda. Por no saber follar.


Enciendo la luz y me quedo perpleja ante lo que veo. Joder con mis vecinos. Encima de una caja hay la mayor colección de vibradores de todos los tamaños, formas y colores. ¡Ya tengo entretenimiento mientras desalojan el edificio! Me decanto por uno verde para la parte delantera y uno pequeñito y negro para la parte trasera.


Tras la buena media hora de placer que no me parece correcto contar, el silencio se va apoderando poco a poco del lugar. Bajaron dos a follar, me uní a ellos y cuando acabamos ya no se oía nada, ni la policía. El chico me pide mi número: le doy el de la peluquera que me hizo el estropicio en el pelo el invierno pasado. Y le pido que me añada como “La guarra del trastero”, y aunque me haga la difícil que me hable a diario. Sobre todo para darme los buenos días.


Cuando se van, dejo la puerta del trastero abierta de par en par y robo una bolsa de patatas fritas. Salgo de los trasteros y subo sigilosamente.


La puerta de mi piso está atrancada y precintada. Verlo así hace que se me remueva algo dentro. Arranco la cinta de un manotazo y me siento en el suelo con un nudo en la garganta.


Mi casa, joder.


 
 
 

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© 2023, 2022 en Canarias, por Doris Bly, por si aún no te había quedado claro :)

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